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lunes, 19 de noviembre de 2012

NOTICIA DE PRENSA


El declive del supervisor

El Banco de España, una institución temida y respetada antes de que se iniciara la crisis, ha perdido parte de su prestigio y algunas competencias „ahora se encuentra a las órdenes de la troika que vigila el rescate financiero„ por una política equivocada durante los mandatos de Jaime Caruana y Miguel Ángel Fernández Ordóñez (en la imagen) que tiene su emblema en el desastre de las cajas.
JORDI CUENCA
VALENCIA


En su prestigio y sus funciones, el Banco de España es, seguramente, una de las instituciones que han salido peor paradas durante la crisis financiera. La entidad que en los primeros tiempos de la recesión fue alabada por tirios y troyanos por las medidas anticíclicas „las provisiones genéricas„ que evitaron en aquel momento en España la multimillonaria intervención en el sistema financiero que tuvieron que aplicar otros países como Alemania o Estados Unidos ha tenido que ceder competencias y se encuentra ahora a las órdenes de la troika comunitaria que vigila el rescate español: Comisión Europea, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Por qué se ha precipitado en la pendiente en tan solo cinco años?


El catedrático de Análisis Económico de la Universitat de València, Joaquín Maudos, considera que el pecado capital fue «pensar que las provisiones genéricas [un porcentaje determinado del total del crecimiento de la cartera de créditos de cada entidad que el supervisor estableció tras la intervención de Banesto] serían suficientes para afrontar un período de crisis». En su opinión, la entidad debió «haber frenado el ritmo de concesión de créditos pidiendo más provisiones en la época de bonanza». Los datos son concluyentes: entre 2000 y 2007 el crédito creció en España en algunos años veinte puntos por encima del PIB, cuando en la eurozona no se superó el seis por ciento. Un volumen de préstamos tan elevado, conseguido mediante financiación externa, era inevitable que en parte se concediera a muchas personas y empresas que tendrían dificultades para devolverlo, tal como sucedió finalmente y como demuestra la tasa de morosidad, que ya supera el 10 %. El crédito promotor, inmobiliario e hipotecario acaparaba en 2007 el 60 % del total, lo que suponía otro indicio de que los problemas arreciarían en cuanto se pinchara la burbuja del ladrillo. Aquella fue la época „entre 2000 y 2006„ en que la institución estaba dirigida por el valenciano Jaime Caruana.

En ese último ejercicio le sucedió Miguel Ángel Fernández Ordóñez, quien tuvo que lidiar con la explosión y desarrollo de la crisis hasta su salida del cargo el pasado junio. En opinión de Maudos, también investigador del Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (IVIE), el gran error de Ordóñez fue «infravalorar la intensidad y factura de la crisis» y, muy especialmente, no ver que el problema no era la liquidez sino la solvencia. En efecto, cuando estalla la crisis, el Banco de España pensó que las entidades españolas estaban bien capitalizadas y que sus principales carencias eran de liquidez, en un momento en que, tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, los mercados se cerraron por la desconfianza mutua. Así que todas las medidas que se adoptan van en esa línea e incluso las primeras ayudas públicas, las del denominado FROB 1, de 2010, se utilizaron principalmente para la reestructuración de las entidades, es decir, el cierre de oficinas y las «prejubilaciones de lujo». No se atacó el problema de fondo de la banca „en especial, el de las cajas„ que era la solvencia hasta febrero de 2012, con un primer decreto que hizo aflorar pérdidas „y necesidades de capitalización y provisiones„ de 54.000 millones por activos tóxicos o que estaban literalmente «hinchados». Tres meses después, otro decreto hizo aflorar otros 30.000 millones. En resumen, un error de concepto sacó a la banca española, carcomida por el ladrillo, de las políticas de recapitalización que las grandes economías del mundo implementaron al inicio de la crisis para reforzar a sus entidades, incluidas nacionalizaciones o liquidaciones de algunas de ellas. Aquí se permitió que la gangrena se fuera extendiendo silenciosamente, lo que a la postre ha contribuido a empeorar la imagen de España en los mercados „y a elevar la prima de riesgo„ porque se ha actuado a destiempo y se ha transmitido la sensación de que se ocultó el agujero. 

Claro que la mayor parte de esa gangrena procedía de las cajas de ahorros, que en aquel momento acaparaban casi el 50 % del sector, y ahí el Banco de España tenía las manos atadas. «Le faltaban armas legales, porque la competencia la tenían las autonomías», apunta Maudos. Aquella debilidad propició lo que hoy en día se asume como un gran fracaso. Para eludir la oposición radical de los gobiernos regionales, que rechazaban perder el control de alguna de sus entidades, el Banco de España fomentó o permitió uniones que en su gran mayoría han supuesto un fiasco, desde fusiones interregionales como las de las gallegas (NovagaliciaBanco) y catalanas (CatalunyaCaixa y Unnim) que han acabado nacionalizadas a agrupaciones en SIP de entidades que competían por ver cuál estaba peor, como Bancaja y Caja Madrid en Bankia. Por no hablar de la CAM, que Ordóñez calificó de «lo peor de lo peor», pero a la que, visto lo visto, debió enviar a los inspectores menos competentes por no detectar un agujero de tales dimensiones que espantó a sus entonces socias en Banco Base (Cajastur, Caja Extremadura y Caja Cantabria). Un caso emblemático de la errática ejecutoria del supervisor es la andaluza Unicaja, con origen en uno de los territorios más espinosos de España „Málaga/Marbella„ pero que ha resistido la crisis como una campeona, hasta el punto de que el reciente informe de Oliver Wyman le daba un exceso de capital de 128 millones aún en el caso de unirse finalmente a Caja España/Caja Duero, las dos entidades castellanoleonesas que también fracasaron al apostar por una fusión interregional. Su presidente, Braulio Medel, ha rechazado en dos ocasiones que Unicaja fuera la salvadora de una entidad en serios apuros: Caja Castilla-La Mancha (acabó en Cajastur, lo que ha supuesto un lastre de calado para Liberbank) y la cordobesa Cajasur, que acabó intervenida, como la anterior, y luego se adjudicó a la vasca BBK. Ahora Medel habla de redefinir el proyecto con Caja España una vez que Oliver Wyman estima que esta última, por separado, precisaría 2.063 millones para sanearse. ¿Dónde estaría hoy Unicaja de haber seguido las consignas del Banco de España?

El mayor descrédito a ojos de la ciudadanía, sin embargo, está en la función supervisora del Banco de España. Resulta como poco sorprendente que el supuestamente tan temido en las entidades cuerpo de inspectores, que realizaban periódicamente controles, en teoría, exhaustivos de las entrañas de cada caja o banco y que en los más grandes prácticamente tenían oficina fija instalada allí no tuvieran un conocimiento más cabal de los males que aquejaban a cada institución. En consecuencia, cunde la impresión de que el Banco de España no sacó la vara de mando en muchos casos ante la creencia de que, de hacerlo, agravaría aún más la situación general.

Sea como fuere, lo cierto es que una de las consecuencias de esta crisis es la creación de la unión bancaria europea, es decir, que la labor de supervisión de los bancos centrales pasará el 1 de enero de 2014 a manos del BCE, lo que implica una pérdida clara de competencias que en el caso español se va a consumar antes, porque esa es una de las condiciones incluidas en el Memorando para el rescate financiero español. La ya mencionada troika se hará cargo de esa misión, aunque solo sea como vigilante de la misma. El Banco de España también tendrá que informar detalladamente de todas sus actuaciones y estar a las órdenes de Bruselas, el BCE y el FMI. Una evidente pérdida de independencia. La contrapartida, como apunta Maudos, es que gana algunas competencias que antes ejercía el ministerio de Economía, entre ellas la que le permite actuar sobre una entidad y luego informar a la autonomía correspondiente y no como sucedía antes, que eran los gobiernos regionales los que tenían la capacidad de oponerse a ciertas decisiones, en especial en materia de fusiones. No obstante, apenas quedan ya cajas. Visto con la ventajosa perspectiva del tiempo transcurrido, tal vez los males actuales no serían tantos si, como dice Maudos, antes de la crisis se hubiera permitido a las cajas capitalizarse como lo hacen los bancos, porque habrían sido atractivas para inversores externos, incluidos los bancos, y probablemente no habrían incurrido en los errores o negligencias de gestión que las han sacado del mapa.

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