El declive del supervisor
El Banco de España, una institución temida y respetada antes de que se
iniciara la crisis, ha perdido parte de su prestigio y algunas competencias
„ahora se encuentra a las órdenes de la troika que vigila el rescate
financiero„ por una política equivocada durante los mandatos de Jaime Caruana y
Miguel Ángel Fernández Ordóñez (en la imagen) que tiene su emblema en el desastre de las
cajas.
JORDI CUENCA
VALENCIA
VALENCIA
En su prestigio y sus funciones, el Banco de España es, seguramente, una de las instituciones que han salido peor paradas durante la crisis financiera. La entidad que en los primeros tiempos de la recesión fue alabada por tirios y troyanos por las medidas anticíclicas „las provisiones genéricas„ que evitaron en aquel momento en España la multimillonaria intervención en el sistema financiero que tuvieron que aplicar otros países como Alemania o Estados Unidos ha tenido que ceder competencias y se encuentra ahora a las órdenes de la troika comunitaria que vigila el rescate español: Comisión Europea, Banco Central Europeo (BCE) y Fondo Monetario Internacional (FMI). ¿Por qué se ha precipitado en la pendiente en tan solo cinco años?
El catedrático de Análisis
Económico de la Universitat de València, Joaquín Maudos, considera que el
pecado capital fue «pensar que las provisiones genéricas [un porcentaje
determinado del total del crecimiento de la cartera de créditos de cada entidad
que el supervisor estableció tras la intervención de Banesto] serían
suficientes para afrontar un período de crisis». En su opinión, la entidad
debió «haber frenado el ritmo de concesión de créditos pidiendo más provisiones
en la época de bonanza». Los datos son concluyentes: entre 2000 y 2007 el
crédito creció en España en algunos años veinte puntos por encima del PIB,
cuando en la eurozona no se superó el seis por ciento. Un volumen de préstamos
tan elevado, conseguido mediante financiación externa, era inevitable que en
parte se concediera a muchas personas y empresas que tendrían dificultades para
devolverlo, tal como sucedió finalmente y como demuestra la tasa de morosidad,
que ya supera el 10 %. El crédito promotor, inmobiliario e hipotecario
acaparaba en 2007 el 60 % del total, lo que suponía otro indicio de que los
problemas arreciarían en cuanto se pinchara la burbuja del ladrillo. Aquella
fue la época „entre 2000 y 2006„ en que la institución estaba dirigida por el
valenciano Jaime Caruana.
En ese último ejercicio
le sucedió Miguel Ángel Fernández Ordóñez, quien tuvo que lidiar con la
explosión y desarrollo de la crisis hasta su salida del cargo el pasado junio.
En opinión de Maudos, también investigador del Instituto Valenciano de
Investigaciones Económicas (IVIE), el gran error de Ordóñez fue «infravalorar
la intensidad y factura de la crisis» y, muy especialmente, no ver que el
problema no era la liquidez sino la solvencia. En efecto, cuando estalla la
crisis, el Banco de España pensó que las entidades españolas estaban bien
capitalizadas y que sus principales carencias eran de liquidez, en un momento
en que, tras la quiebra de Lehman Brothers en septiembre de 2008, los mercados
se cerraron por la desconfianza mutua. Así que todas las medidas que se adoptan
van en esa línea e incluso las primeras ayudas públicas, las del denominado
FROB 1, de 2010, se utilizaron principalmente para la reestructuración de las
entidades, es decir, el cierre de oficinas y las «prejubilaciones de lujo». No
se atacó el problema de fondo de la banca „en especial, el de las cajas„ que
era la solvencia hasta febrero de 2012, con un primer decreto que hizo aflorar
pérdidas „y necesidades de capitalización y provisiones„ de 54.000 millones por
activos tóxicos o que estaban literalmente «hinchados». Tres meses después,
otro decreto hizo aflorar otros 30.000 millones. En resumen, un error de
concepto sacó a la banca española, carcomida por el ladrillo, de las políticas
de recapitalización que las grandes economías del mundo implementaron al inicio
de la crisis para reforzar a sus entidades, incluidas nacionalizaciones o
liquidaciones de algunas de ellas. Aquí se permitió que la gangrena se fuera
extendiendo silenciosamente, lo que a la postre ha contribuido a empeorar la
imagen de España en los mercados „y a elevar la prima de riesgo„ porque se ha
actuado a destiempo y se ha transmitido la sensación de que se ocultó el
agujero.
Claro que la mayor parte de esa gangrena procedía de las cajas de ahorros, que en aquel momento acaparaban casi el 50 % del sector, y ahí el Banco de España tenía las manos atadas. «Le faltaban armas legales, porque la competencia la tenían las autonomías», apunta Maudos. Aquella debilidad propició lo que hoy en día se asume como un gran fracaso. Para eludir la oposición radical de los gobiernos regionales, que rechazaban perder el control de alguna de sus entidades, el Banco de España fomentó o permitió uniones que en su gran mayoría han supuesto un fiasco, desde fusiones interregionales como las de las gallegas (NovagaliciaBanco) y catalanas (CatalunyaCaixa y Unnim) que han acabado nacionalizadas a agrupaciones en SIP de entidades que competían por ver cuál estaba peor, como Bancaja y Caja Madrid en Bankia. Por no hablar de la CAM, que Ordóñez calificó de «lo peor de lo peor», pero a la que, visto lo visto, debió enviar a los inspectores menos competentes por no detectar un agujero de tales dimensiones que espantó a sus entonces socias en Banco Base (Cajastur, Caja Extremadura y Caja Cantabria). Un caso emblemático de la errática ejecutoria del supervisor es la andaluza Unicaja, con origen en uno de los territorios más espinosos de España „Málaga/Marbella„ pero que ha resistido la crisis como una campeona, hasta el punto de que el reciente informe de Oliver Wyman le daba un exceso de capital de 128 millones aún en el caso de unirse finalmente a Caja España/Caja Duero, las dos entidades castellanoleonesas que también fracasaron al apostar por una fusión interregional. Su presidente, Braulio Medel, ha rechazado en dos ocasiones que Unicaja fuera la salvadora de una entidad en serios apuros: Caja Castilla-La Mancha (acabó en Cajastur, lo que ha supuesto un lastre de calado para Liberbank) y la cordobesa Cajasur, que acabó intervenida, como la anterior, y luego se adjudicó a la vasca BBK. Ahora Medel habla de redefinir el proyecto con Caja España una vez que Oliver Wyman estima que esta última, por separado, precisaría 2.063 millones para sanearse. ¿Dónde estaría hoy Unicaja de haber seguido las consignas del Banco de España?
El mayor descrédito a
ojos de la ciudadanía, sin embargo, está en la función supervisora del Banco de
España. Resulta como poco sorprendente que el supuestamente tan temido en las
entidades cuerpo de inspectores, que realizaban periódicamente controles, en
teoría, exhaustivos de las entrañas de cada caja o banco y que en los más
grandes prácticamente tenían oficina fija instalada allí no tuvieran un
conocimiento más cabal de los males que aquejaban a cada institución. En
consecuencia, cunde la impresión de que el Banco de España no sacó la vara de
mando en muchos casos ante la creencia de que, de hacerlo, agravaría aún más la
situación general.
Sea como fuere, lo
cierto es que una de las consecuencias de esta crisis es la creación de la
unión bancaria europea, es decir, que la labor de supervisión de los bancos
centrales pasará el 1 de enero de 2014 a manos del BCE, lo que implica una
pérdida clara de competencias que en el caso español se va a consumar antes,
porque esa es una de las condiciones incluidas en el Memorando para el rescate
financiero español. La ya mencionada troika se hará cargo de esa misión, aunque
solo sea como vigilante de la misma. El Banco de España también tendrá que
informar detalladamente de todas sus actuaciones y estar a las órdenes de
Bruselas, el BCE y el FMI. Una evidente pérdida de independencia. La
contrapartida, como apunta Maudos, es que gana algunas competencias que antes
ejercía el ministerio de Economía, entre ellas la que le permite actuar sobre
una entidad y luego informar a la autonomía correspondiente y no como sucedía
antes, que eran los gobiernos regionales los que tenían la capacidad de
oponerse a ciertas decisiones, en especial en materia de fusiones. No obstante,
apenas quedan ya cajas. Visto con la ventajosa perspectiva del tiempo transcurrido,
tal vez los males actuales no serían tantos si, como dice Maudos, antes de la
crisis se hubiera permitido a las cajas capitalizarse como lo hacen los bancos,
porque habrían sido atractivas para inversores externos, incluidos los bancos,
y probablemente no habrían incurrido en los errores o negligencias de gestión
que las han sacado del mapa.
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